“Aún resuena la voz de luna de la hermana
en la noche del alma.”
De Crepúsculo en el alma. G. Trakl
Georg Trakl |
El territorio de la biografía crece en la obra de Claude Louis-Combet (Lyon, 1932) a las orillas del mito y el sueño, como testimonian sus interpretaciones hagiográficas en Marinus et Marina (1979), L’Âge de Rose (1997) o Les Errances Druon (2005). En Blesse, ronce noir (Hiere, zarza negra), escrita en 1995 y primera de sus obras en traducirse al español, nos ofrece una personal ensoñación sobre el amor trágico que marcó las vidas del poeta austriaco Georg Trakl y su hermana Gretl.
Quizás como una forma de exorcizar sus propios sentimientos de culpa ante la pasión incestuosa que sentía por su madre, Louis-Combet indaga en esta obra las heridas producidas en la contienda entre lascivia y penitencia, religiosidad y transgresión, a través de un estilo poético y sangrante y una atmósfera de turbia espiritualidad.
La acción de Hiere, zarza negra comienza en otoño de 1897, en el desván de la casa familiar en el que juegan los dos hermanos. Georg apenas tiene diez años pero sabe al mirar a Gretl, de cinco, que esa niña “es, en verdad, aquella por quien llegan las tinieblas; por quien afluye la oscuridad, más luminosa en su necesidad que la misma luz”. Llega para los dos el fogonazo ineludible de la tentación y ambos saldrán de aquel desván cegados para siempre. El recuerdo de aquellos momentos cerrará el libro y la vida de Gretl, que un tres de noviembre de 1917 se arrojará al vacío cuando comprenda –último momento de lucidez en su locura– que tras la muerte de su hermano el mundo se ha apagado ya definitivamente para ella.
A lo largo de estos veinte años –Trakl solo vivió veintisiete– desgrana Louis-Combet la biografía atormentada de una de las voces más personales del expresionismo, movimiento literario en el que suele encuadrársele a partir de que Kurt Pinthus lo introdujera en su antología Crepúsculo de la humanidad (1919); y desde luego poeta fundamental junto a Rilke y Stephan George para entender la lírica del XIX en lengua alemana.
Hijo de un comerciante luterano y una católica amante de la música, Trakl disfrutó de una educación esmerada que le convirtió desde muy joven en deudor de Baudelaire, Rimbaud, Dostoievsky, Ibsen, Strindberg, Nietzsche y Hölderlin. Su andadura literaria comenzó con algunas colaboraciones en periódicos locales y como autor teatral. En 1913 aparece una primera edición de sus Poesías, complementadas póstumamente con algunas reediciones y publicaciones fragmentarias. Una obra exigua y de escasa difusión, que Rilke calificó en 1917 como "el más conmovedor de los lamentos ante un mundo imperfecto”. Wittgenstein confesó que –a pesar del hermetismo de sus versos– Trakl le deslumbraba con su genio indiscutible. Y en 1953 Martin Heidegger le dedicará un controvertido ensayo en que lo nombra –"Poeta del Occidente aún oculto”– digno sucesor de Hölderlin.
Frecuentador en Viena de Adolf Loos, Karl Kraus y Kokoschka, y conocido en los círculos vanguardistas de la época, Trakl apenas tuvo tiempo de desarrollar una obra que es plena expresión de sus pasiones: su vocación de “malditismo”, la culpa por el incesto y la adicción a diversas sustancias, de fácil acceso para él dada su profesión de farmacéutico. Al estallar la Primera Guerra Mundial fue reclutado como oficial médico y tras asistir a la sangrienta batalla de Grodek, en la que debe atender a los agonizantes sin apenas medios, intenta suicidarse y es ingresado en un manicomio polaco. De aquí saldrá ya muerto un mes más tarde, el 3 de noviembre de 1914, tras ingerir una sobredosis de cocaína.
Como señala Reina Palazón, responsable de la traducción de las Obras completas de Trakl que publicara Trotta en el 2000, la permanencia de su obra –como la de Rimbaud– se explica en lo genuino de una voz que surge de una vivencia trascendente, una marca del destino que resulta inimitable.
Más recientemente otro poeta, Hugo Mújica (Buenos Aires, 1945), se ha internado en el tortuoso universo de Trakl en su magnífico ensayo La pasión según Georg Trakl, poesía y expiación (2009), en el que escribe: “El dolor fue su camino y ese camino fue el de su fidelidad: nunca se apartó de él”.
En efecto, como reclamaba Heidegger, la obra de arte enciende un combate, una llama inextinguible que se sustrae a cualquier intento de análisis racional. Es en ese nudo de conflictos entre el arte y la vida en el que hay que entender el proceso creativo de Trakl. Fue un poeta trágico que creaba desde “la nocturna casa del dolor", un filósofo que experimentaba desde el “nihilismo activo”, un amante perseguido por el estigma de la culpa: “sobre esa espina giró su vida. De esa espina manó su obra”, dice Mújica.
De igual forma, el Trakl de Louis-Combet reconoce que el delirio por la posesión amorosa es el mismo que guía la construcción de sus versos, una obsesiva errancia que busca completarse en el otro: “un ser que fuese a su imagen y semejanza pero fuera de él, su viva parte de inocencia y su parte igual de sumisión a la ley del pecado”. El intento de volver a esa almendra indiferenciada de la infancia fracasará como el poema, grito impotente ante la sangre del aborto que mancha los muslos de la hermana. En un mundo en el que Nietzsche ha declarado la muerte de Dios, el poeta solo podrá evocar al dios de la confusión para pedirle: “que él conceda eternamente la gracia a quienes se aman contra la ley, de no tener más que un solo tejido de entrañas y de pensamientos”. Solo la muerte pudo responderle.
Louis-Combet, Claude, Hiere, zarza negra. México: Editorial Aldus, 1998. Traducción de Una Pérez-Ruiz.
Louis-Combet, Claude, Hiere, zarza negra. México: Editorial Aldus, 1998. Traducción de Una Pérez-Ruiz.
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