“Era tímido, silencioso y un poco melancólico”
W.B. Yeats
En los últimos años del siglo XIX, el fin de siecle británico suavizó el rigorismo victoriano y contempló los excesos de una serie de poetas que hicieron del decadentismo y la bohemia enseña de sus vidas y sus obras, siguiendo el rastro de Baudelaire y Swimburne y el influjo deletéreo de Oscar Wilde.
Vivieron una época marcada por la convivencia de tradición y transformación: son los años de apogeo del expansionismo imperialista y de la extensión del socialismo y los movimientos obreros; el positivismo cientifista coexiste con las sociedades teosóficas y el boom del espiritismo; Rudyard Kipling gana el Nobel en 1907, y al tiempo que se escucha al laureado Alfred Austin y a las voces consagradas de George Meredith y Samuel Butler, ascienden las de Thomas Hardy, W.B.Yeats, Bernard Shaw y Joseph Conrad. Todavía se habla de la Hermandad Prerrafaelita mientras Aubrey Beardsley escandaliza con sus ilustraciones para la Salomé, de Wilde, y la Lisístrata, de Aristófanes, o Max Beerbohm satiriza con sus parodias a sus contemporáneos. Edward Elgar compone la Marcha Imperial para el Jubileo y las operetas de Gilbert y Sullivan llenan de multitudes el Savoy.
Hermanados por la bohemia y el dandismo afrancesado, el grupo de poetas del Rhymers' Club celebraba sus reuniones en The Cheshire Cheese y el Café Royal, colaboraban habitualmente en revistas como The Yellow Book o The Savoy y publicaron un par de volúmenes de versos que aparecieron entre 1892 y 1894. Entre sus componentes -T.W. Rolleston, John Todhunter, W.B. Yeats, Richard Le Gallienne, Lionel Johnson, Arthur Cecil Hillier, Ernest Dowson, Victor Plarr, Ernest Radford, Arthur Symons, G.A. Greene, Edwin J. Ellis, Ernest Rhys- sin duda el más notorio fue el Nobel W.B. Yeats, aunque como grupo alcanzaron un cierto halo de poetas malditos de trágico destino, del que se hizo eco Arthur Ransome en su Bohemia in London (1907).
Quizás entre todos ellos –como señala Luis Antonio de Villena– el mas atractivo y extremado fuera Ernest Dowson , arquetipo de poeta decadente, despilfarrador de su juventud en tabernas y burdeles, muerto con poco más de treinta años por la tuberculosis y el exceso, o como dijo Arthur Symons porque “era demasiado joven y demasiado frágil como para envejecer".
Abandonó pronto su educación en Oxford y se entregó al magisterio de la absenta y la poesía, consiguiendo que sus escasos poemarios fueran celebrados por nombres como T. S. Eliot, Ezra Pound, Wyndham Lewis o Cyril Connolly. Su exigua obra incluye además algunos artículos de crítica, historias cortas reunidas en el volumen Dilemmas (1895), y dos novelas, A Comedy of Masks y Adrian Rome, ambas coescritas con Arthur Moore. Hizo de la disidencia su bandera, y así eligió a la “Hembra Escarlata” –como llamaba Wilde a la Iglesia de Roma– o prestó su apoyo y compañía al poeta irlandés cuando era un apestado social recién salido de la cárcel. Amó apasionadamente a una muchacha polaca de once años que lo abandonó por otro, y sin duda suscribiría como resumen de sus días el irónico título de su relato, Diario de un hombre de éxito, publicado por la editorial Periférica en 2012.
Ambientada en la Brujas de fines del XIX, esta pequeña pieza cuenta el regreso a la ciudad de un próspero comerciante viudo que ya rebasa la cincuentena. El recorrido por los lugares en los que fue joven y feliz le lleva a la iglesia de las Dames Rouges, donde –tras escuchar una voz en el coro de monjas enclaustradas– desvelará el triste malentendido que le hizo abandonar la ciudad para alejarse de su mejor amigo y de la mujer que amaba.
Dowson pone aquí su prosa exquisita al servicio de la memoria de un pasado irrecuperable y un amor insatisfecho, que quizás sobrevive porque está en buena medida cimentado de ausencias. La obligada conclusión de este itinerario sentimental es un desencanto que se instala definitivamente, "sin esperanzas ni promesas”.
Esta misma melancólica evocación del paso del tiempo alimenta muchos de los poemas de Dowson, como es el caso del celebrado Non sum qualis eram bonae sub regno Cynarae (No soy el que fui cuando gobernaba la hermosa Cynara), que –en la magnífica traducción de Carlos Pardo– completa esta edición de Periférica.
Escuchar aquí a Richard Burton recitando Non sum qualis eram bonae sub regno Cynarae
El título proviene del verso de Horacio, Oda IV,1,4, que nombrara a Cinara también en la Epístola I,7,28, probablemente para referirse a una conocida hetaira. Son muchas las conjeturas respecto al uso del nombre en el poema de Dowson y se ha citado la utilización de esta tintura extraída del alcaucil para la dilución del láudano, uso que seguramente conocían muchos de los integrantes del Rhymers’ Club.
Sea como fuere, el poema está dedicado a su pasión, la niña Adelaide "Missie" Foltinowicz, pero –también irónicamente– no es tanto la magistral remembranza del amor perdido lo que lo ha popularizado, sino el primer verso de la tercera estrofa –el terminado en “gone with the wind”– por ser el que empleara Margaret Mitchell para el título de su conocida novela y que sería después el de uno de los filmes más exitosos de todos los tiempos, traducido al español como Lo que el viento se llevó.
Cole Porter divulgaría su versión ligera del poema en la canción "Always true to you in my fashion"(1948), interpretada entre otras por Ella Fitzgerald, Eartha Kitt y Blossom Dearie, y versionada luego en el 61 por Della Reese. Y más recientemente, la novelista Alice Randall escogió Cynara para el nombre de la protagonista de su novela, la paródica The Wind Done Gone (2001).
Escuchar aquí "Always true to you in my fashion", de Cole Porter, en la voz de Ella Fitzgerald
Además de la premiada película producida por David O. Selznick, el cine de King Vidor se hizo eco del poema en Su único pecado (1932), un melodrama romántico que retoma el verso de Dowson –“Te he sido fiel a mi manera, Cynara”– y que con el tiempo se convertiría en la contraseña emocional sobre la que Sartre y Beauvoir cimentaron su personal ejercicio de la fidelidad.
También Borges, en la versión de “Una de las posibles metafísicas”, publicada en Sur (115, mayo 1944), y recogida por Carlos García en la revista Espéculo (2004), dedica a la que sería su esposa, Elsa Helena Astete de Millán, las siguientes palabras:
"Cada vez que oigo mencionar el film que se llama Gone with the wind, recuerdo que la frase es de Dowson; cada vez que recuerdo el verso de Dowson “Night-long within my arms in love and sleep she lay”, recuerdo que la locución final es homérica; no puedo lamentar la perdición de un amor o de una amistad sin meditar que sólo se pierde lo que no se ha tenido nunca, porque si una mujer nos ha querido, sigue queriéndonos; cada vez que atravieso una de las esquinas del Sur, pienso, Helena, en ti".
La misma popularidad alcanzó otro verso de Dowson: “They are no long, the days of wine and roses” (No duran mucho los días de vino y rosas), de su Vita summa brevis spem nos vetam incohare longam (1896), que inspiró la conocida película Días de vino y rosas, (1962), dirigida por Blake Edwards y protagonizada por Jack Lemmon y Lee Remick.
El título del poema proviene también de Horacio, Oda I. 4. 15, “La vida tan breve no admite esperanza larga”, que alentara la intervención de un magnífico Clifton Webb al final de la película Laura, dirigida por Otto Preminger en 1944.
Como vemos, fue intensa y corta la vida del poeta, larga y fructífera la de sus versos.
Dowson, Ernest, Diario de un hombre de éxito. Non sum qualis eram bonae sub regno Cynarae. Cáceres: Periférica, 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario