martes, 12 de noviembre de 2013
LA ESPADA DE HUGO CLAUS
“No hay nada más alto que el asombro porque no hay nada más alto que la vida".
Hugo Claus
Como un hombre asombrado, un buscador de nuevos itinerarios artísticos, un incansable amante de la vida y sus perplejidades, puede calificarse a Hugo Claus: poeta, pintor, dramaturgo, cineasta, y uno de los narradores más relevantes de la literatura en lengua neerlandesa.
Los pilares que sostendrán todo su ideario vital y creativo: el amor, la poesía y la revolución, están ya presentes desde sus primeras obras. Admirador de Breton y la poesía experimental de las vanguardias, discípulo querido de Artaud, se definió como un soñador profesional. Participó de las consignas irracionalistas del movimiento artístico CoBrA, aunque acabó desmarcándose de sus principios porque “Los niños no son puros: todos estamos hechos de luces y de sombras, a cualquier edad”. Criticó igualmente que el activismo rupturista de sus correligionarios acabara congelado en un estilo reconocible y rentable para los museos. Por ello amaba a Picabia: “No le importaba hacer obras malas. No iba detrás de la belleza, sino de una verdad que está más allá de la hermosura". Por lo mismo desconfió de los novelistas con ideas muy claras, como Thomas Mann –"un intelectual irreprochable, demasiado, quizás"– aunque también se despachó contra los autodidactas como él mismo porque “nos la pasamos tratando de demostrar que sabemos más que los académicos”.
Fue infatigable viajero: en el 59 realizó un viaje por Estados Unidos junto a Fernando Arrabal, Italo Calvino y Claude Simón, durante el que escribió el guión de la película The Knife y acopió parte del material de lo que sería su novela El deseo (1978). Amó las fiestas y las mujeres, en Ibiza o en Tailandia, que visitó con su entonces esposa Sylvia Kristel.
Llegó a la novela de forma accidental cuando en el 50 –para superar el reto propuesto por un editor– escribió De Metsiers durante tres semanas de encierro estudiando el estilo de Faulkner. Cobró el dinero pactado pero el editor rechazó la publicación por no ser una novela suficientemente norteamericana. La obra acabó ganando el prestigioso premio Leo J. Krijkaprijs y le dio una gran popularidad en su país, aunque Claus ironiza: “Como copión de Faulkner, no soy más que un flamenco".
El reconocimiento literario internacional le llegó con La pena de Bélgica (1983), en la que reconstruye el ambiente de una pequeña comunidad flamenca durante la Segunda Guerra Mundial. En sus páginas encontramos mucho de sus experiencias biográficas: el horror de la guerra o el largo abandono en un internado católico donde nacerá el blasfemo, el ateo irreverente. En este sentido comenta Claus que en París, en compañía de un joven amigo fotógrafo, se divertía escandalizando a las monjas que encontraban en sus paseos. Los poemas dedicados al Papa tras su visita a Bélgica son también un voluntario exabrupto ante lo que consideró una provocación personal.
La sátira de las convenciones, la denuncia de la hipocresía y mezquindad pequeño-burguesas, el anticlericalismo, están también muy presentes en la novela El pez espada (1989). Como en El deseo, el protagonista es también un niño –el encantador Maarten– que ha sumado al grupo de sus héroes, junto al duro Clint Eastwood, al recién descubierto Jesucristo.
Maarten se pasea por las inmediaciones de su casa con una cruz improvisada a las espaldas, emulando al sufriente “Nazarero”. Privado de las clases de religión por la condición librepensadora de su padre –que es pagano y tiene novia–, acaba fascinado por las historias bíblicas que escucha en secreto del cura del colegio y las imágenes de las películas de romanos. La fantasía y espontaneidad del niño contrastan con el mundo convencional de los adultos que le rodean: su madre, la bella Sibylle, que –recién abandonada por un marido aburrido– no sabe qué hacer con su libertad; su autoritaria abuela, colérica y recelosa; el profesor Goossens, que agoniza entre el aburrimiento mortal por su esposa y la pasión desaforada por Sibylle; la señorita Dora que cree haber ganado el alma de Maarten para las filas de los creyentes; y el jardinero ocasional, Lippens, exveterinario condenado por prácticas abortivas, alcohólico y protagonista de un sórdido drama con tintes policiacos.
La espada de Claus, como la del pez que para Maarten es “metálfora” del Cristo vengador de pecadores, pone al descubierto la mezquindad y puritanismo de esta comunidad provinciana, sin ahorrarse para ello ni un quiebro de brillante mordacidad.
Su último acto desató de nuevo la polémica. Claus murió en el 2008 tras solicitar que le fuera aplicada la eutanasia –legal en Bélgica– para escapar a la desmemoria del Alzheimer. Vivió y quiso morir lúcidamente. Asombrado y agradecido por los dones de la vida, en su último día Hugo Claus repetía a la hora de comer el título de la canción de Lou Reed: It's a perfect day.
Claus, Hugo, El pez espada (1989). Barcelona: Anagrama, 1992. Traducción de Malou van Wijk.
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