miércoles, 14 de enero de 2015

EL HAMLET RUSO

Retrato de Vsévolod Mihkailovich Garshin.Iliá Repin. 1884
En 1877 Tolstói publica Anna Karenina, Turguénev, Tierras vírgenes, y Dostoievski, El sueño de un hombre ridículo. Ese mismo año aparece en la revista literaria Anales de la Patria el relato del ucraniano Vsévolod Garshin “Cuatro días”, en el que registra la agonía de un soldado ruso herido en la contienda ruso-turca, que yace abandonado en tierra de nadie durante estas cuatro jornadas junto al cadáver del felaj egipcio al que ha dado muerte. A pesar de su escasa obra –apenas una veintena de historias–, Garshin se consagró como uno de los autores de relato más brillantes en la edad de oro de la literatura rusa, autor de gran popularidad, elogiado entre otros por  Tolstói y Turguénev, que vio en él "todos los signos de un gran talento.”

Debemos a la editorial Contraseña la publicación en el 2010 de una antología de Garshin, La señal y otros relatos, que recupera en la cuidada edición a que nos tiene acostumbrados, nueve magníficos cuentos traducidos por Sara Gutiérrez y prologados por el interesante estudio de José Carlos Mainer. Originariamente fueron apareciendo a lo largo de un decenio en diversas publicaciones petersburguesas, hasta un año antes de la muerte de su autor, que se suicidó cuando contaba treinta y tres años tirándose por el hueco de una escalera.

El trágico destino de este “barin desorientado” –en la expresión de Mainer– le valió ya el apelativo de “Hamlet de nuestro tiempo” por parte de su coetáneo, el poeta P.F. Yabukóvich, y  convertirse en el modelo ensoñador del retrato que de él hizo el pintor ucraniano Iliá Repin, que también inmortalizó sus rasgos en el rostro atormentado del zarevich asesinado por su padre en la famosa obra Iván el Terrible y su hijo (1885).

En una carta a un amigo, Garshin confiesa: “He escrito sinceramente, sin disfrazar nada, y he puesto sobre el papel las cosas que realmente han angustiado mi alma”. Las desgraciadas experiencias familiares, la violencia vivida en la guerra y el fantasma de la locura que lo llevó a varios internamientos psiquiátricos y finalmente al suicido, forman parte de estos cuentos intensos que transitan entre la resignación y la desesperanza y que desvelan una mirada de piedad tolstiana sobre sus desvalidos personajes.

Así, en el inquietante relato “La flor roja” (1883), que dedicó a Turguénev, traslada su vivencia de la reclusión y el sufrimiento psicológico al marco de un siniestro sanatorio mental, donde el protagonista acaba convertido en exhausto cadáver aferrado a la última de las tres amapolas monstruosas en las que florece todo el mal del Universo. El afán redentor del loco y la oxidada máquina burocrática del establecimiento, traslucen una crítica de la historia rusa que una década después,  y también a través de la metáfora de la locura, escenificaría Chejov en su relato, El pabellón número 6. Por cierto, que la belleza de la historia convenció el pasado 2011 a Nevsky Prospects para realizar una exquisita edición del relato con traducción de Patricia Gonzalo de Jesús y sugerentes ilustraciones de Sara Morante. 

Ilustración de Sara Morante para La flor roja. (2011)


También la enajenación y el delirio suicida  serán materia de otro de los cuentos recogidos en esta antología, "La noche" (1880), cuyo desesperado protagonista nos recuerda la pesadilla del  “hombre rídiculo” de Dostoievski, y que –como este– entreverá la salvación en el retorno a la pureza infantil, que en su caso se confunde con la llegada de la muerte.

El antibelicismo militante es expreso en el citado “Cuatro días” y sobre todo en “El cobarde” (1879), pero –como señala acertadamente Mainer– en los protagonistas de Garshin conviven las convicciones pacifistas con una especie de fatal entrega a los ideales colectivos. La guerra no es más que un asesinato masivo, una maquinaria de barbarie a la que se entregan la vida o los propios miembros mutilados, pero ante cuyo llamado estos personajes se dejan arrastrar con  triste resignación a un común destino de dolor, como lo haría el Pierre Bezujov de Guerra y paz, y el propio Garshin cuando se alista como voluntario en una guerra imperialista en la que no cree, y de la que vuelve herido tras la campaña de Bulgaria a fines de 1877. 

En otro de sus relatos de tema militar, “El asistente y el oficial” (1880), la mirada de Garshin se detiene en la  degradante vida cuartelaria que soporta un sirviente, que se hace símbolo así de la gran masa de mujiks sojuzgados bajo el peso de una intolerable injusticia social. También en el vibrante “La señal” (1887), recrea el ambiente de arbitrariedad y miseria que rodea al exsoldado Semión Ivanov, que transformará su destino de humilde peón ferroviario en el de heroico salvador de un convoy a punto de descarrilar.  Las tensiones de la gran Rusia rural y feudalista que se debate entre los intentos del reformismo liberal europeizante y la confianza en los valores tradicionales de la fe y las esencias populares, atraviesan la obra del joven intelectual Garshin como la de otros escritores de su generación, Garin, Korolenko o Chejov. Y harán que en su obra convivan la sátira política –“La verídica historia de la asamblea provincial de Ensk” (1876)– y la crítica implacable a las corruptelas de la estructura social vigente, como en el relato aquí recopilado, “El encuentro” (1879), en el que el acuario construido por Kudriashov es metáfora de una clase dominante envilecida y sin escrúpulos morales. 

Dice Mainer que la obra de Garshin puede entenderse como una rapsodia de los grandes temas que atravesaron la literatura rusa hasta la década de los ochenta. Sus opiniones sobre el arte de la época toman vida en el cuento “Los pintores” (1879), en el que contrapone el modelo de artista complaciente, academicista y de éxito fácil –Riabinin– al rebelde, fracasado y genial pintor de la verdad dolorosa que le rodea –Dedov– pintor realista que, como el mismo Iliá Repin, formaba parte del llamado grupo de los “Itinerantes”. 

La figura de la mujer estará muy presente en la literatura decimonónica rusa, como en la europea, a partir del tema del adulterio –una forma de enfrentamiento a los estrechos límites de la libertad femenina– y la crítica de los valores hipócritas de una sociedad que usa y condena al mismo tiempo a la mujer marcada por un amor ilícito o mercenario. En Garshin, la Nadezhda Nikoláievna del relato “Un suceso” (1878), emparenta con otras prostitutas de  injusto destino: la Sonia Semionova Marmeladova de Crimen y castigo o la Katiusha Máslova de Resurrección, pero a diferencia de estas, esgrime una orgullosa voluntad de autodestrucción que finalmente será puesta a prueba por el sacrificio de un amor puro.

La popularidad y el prestigio de su obra convirtieron a Garshin en un autor muy leído en su país, traducido a numerosos idiomas y superviviente de las purgas que tras la revolución roja se abatieron sobre muchos de sus contemporáneos. Sin embargo, en España –como señala Mainer al rastrear su recepción en nuestro país– algunos de sus relatos de la contienda de 1877-1878 aparecieron inicialmente recogidos en una deficiente traducción de 1903, publicada por Francisco Sempere en Valencia, que –a partir de la fuente francesa– transcribe su apellido como Garchine. La siguiente edición, que convierte en Garchin a nuestro autor, corresponde a la Colección Universal de Calpe (1930), que recoge en un volumen los cuentos "Cobarde", "Cuatro días", "Attalea Princeps" y "Las flores rojas", en este caso con  una traducción directa del ruso.

Hay que agradecer por tanto a esta selecta edición la oportunidad de acercarnos a un clásico tan vigente, que vivió –en su carne y en sus ficciones– las trágicas paradojas y la legendaria tristeza del alma rusa.

Garshin, Vsévolod. La señal y otros relatos. Zaragoza: Contraseña, 2010. Traducción de Sara Gutiérrez. Prólogo de José Carlos Mainer.  

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