martes, 3 de diciembre de 2013
CUENTOS DE LA TURBACIÓN
Harold Bloom en Cómo leer y por qué, señala que la afirmación de D.H. Lawrence “Confía en el cuento, no en quien lo cuenta” es un principio esencial para leer a Flannery O'Connor, porque sus mejores cuentos son más astutos que ella misma, y por eso llevan la impronta de una de las voces más originales de la literatura norteamericana.
Emparentada con la mejor saga de escritores sureños –William Faulkner, Carson McCullers, Truman Capote, Katherine A. Porter, Eudora Welty– su universo es un Sur de fanatismo protestante, un paisaje en ruinas donde la pobreza, los conflictos raciales, la constricción y la brutalidad se unen para hacer emerger entre sus grietas una sorpresa perturbadora.
Su corta vida (muere a los 39 años víctima de un lupus) estuvo marcada por la enfermedad, el aislamiento y una rígida educación católica. Resulta desconcertante pensar cómo en este marco tan estrecho pudo fermentar la voz del Desequilibrado, el protagonista del cuento "Un hombre bueno es difícil de encontrar", que tras el asesinato de toda una familia comenta de la abuela, su última víctima: “Habría sido una buena mujer si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida”. Y lo sorprendente es que tras escuchar la hipócrita voz de la abuelita, uno no encuentra tan estremecedoras las palabras del psicópata.
Autora de dos novelas, Sangre sabia (1952) -adaptada al cine por John Huston- y Los violentos lo arrebatan (1960), escribió una treintena de cuentos de una eficacia inquietante, los más maduros y brillantes ya al final de su vida, recluida en su granja en la que criaba pavos reales. Podemos disfrutar de todos ellos en la edición de Lumen (2005) con magnífico prólogo de Gustavo Martín Garzo.
Por sus páginas transitan predicadores visionarios, campesinos siniestros, escritores patéticos, niños perversos, tullidos, idiotas, gorilas tristes… toda una constelación de condenados. En "La buena gente del campo", uno de mis favoritos, el vendedor de biblias seduce a la solitaria y resentida Joy, dejándola abandonada sobre el heno tras robarle su pierna de palo. En "Una vista de los bosques", el abuelo acaba estrangulando y aplastando la cabeza de su nieta tras una pelea. En "La espalda de Parker", el camionero bestial –que cree haberse tatuado el rostro definitivo de Dios– termina llorando como un niño bajo los escobazos de su esposa.
No hay redención para el mal, que habita por igual entre los ignorantes y los lúcidos, como ese lince invisible del cuento del mismo nombre, pero siempre hay un resquicio para el momento de iluminación, de gracia: “Escribo para un auditorio que no sabe lo que es la gracia y que no la reconoce cuando la ve. Todos mis relatos tratan sobre la gracia en un personaje que no la desea, por eso la mayoría de la gente piensa que mis historias son duras, sin esperanza, brutales”.
Sordidez, perversidad, sorpresa, se unen en sus páginas a una insuperable comicidad. Y es que –como nos recuerda Martín Garzo– O’Connor amaba lo que nos hace reír, y de ahí su admiración por los relatos cómicos de Poe. Su humor maligno nos desvela unos personajes tan temibles como bufos, estigmatizados por una insidiosa marca que en el fondo apunta a la nuestra. Su certero disparo nos encuentra siempre entre sonrientes y turbados.
O'Connor, Flannery, Cuentos completos. Barcelona: Lumen, 2005.
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