jueves, 7 de febrero de 2013

RAYMOND ROUSSEL, EL SURREALISTA DESCONOCIDO

Raymond Roussell
“Roussel crea mundos con una potencia, una originalidad, una inspiración, de la que hasta hoy Dios creía  tener exclusividad”
Raymond Queneau


Raymond Roussel (París, 1877 - Palermo, 1933), autor de una  singular obra poética, novelística y teatral, es uno de esos ilustres desconocidos que dejaron una extraordinaria huella en el arte contemporáneo. Duchamp lo aclamó como un revolucionario a nivel de Rimbaud y dice haberlo conocido en el mítico Café La Régence –el del poema de César Vallejo– donde el autor de Locus Solus jugaba al ajedrez con un amigo. "Creo que omití presentarme", agrega Duchamp.

A pesar de su  influencia en las vanguardias del siglo XX y en autores de múltiples disciplinas del arte contemporáneo, Roussel se mantuvo siempre apartado de la vorágine artística de su época; era un solitario excéntrico que vivía con las persianas bajadas, y que en palabras de Breton estaba "decidido a no seguir otra inclinación que la de su espíritu". Eso explica que –a pesar de ser un empedernido viajero– escribiera únicamente sobre sus paisajes interiores. Así Vila-Matas recoge la anécdota en la que, durante una travesía por los mares del Sur, recibiera la carta de un amigo que le envidiaba por las puestas de sol que debía estar disfrutando. Roussel le respondió  que no había visto ninguna porque trabajaba encerrado en su camarote, del que no había salido en semanas. Sus aventuras verdaderas son siempre mentales: "De todos mis viajes jamás saqué nada para mis libros. Me gusta remarcarlo para dejar constancia de que para mí, la imaginación lo es todo".

Excéntrico noble habitante de una roulotte, dandi proustiano víctima de sus adicciones (coincidió con Jean Cocteau en una clínica de desintoxicación), vivió el fracaso de su  primera novela, escrita en verso y publicada en 1897 con el título de La Doublure, una exhaustiva evocación del carnaval de Niza. Le siguió La Vue (1904), tres largos poemas que describen con minucia microscópica  fotografías o dibujos en blanco y negro de una playa. En Impresiones de África (1910) reproduce el encuentro de unos náufragos bastante singulares en las costas de un mítico país africano. Locus Solus (1914), su obra más conocida, es un delicioso paseo por la finca de este mismo nombre, en el que el protagonista, el científico Cantarel, recibe a unos amigos en su propiedad y aprovecha para mostrarles sus fantásticas invenciones. Por sus páginas desfilan prodigios como un diamante gigantesco en cuyo interior nada una bailarina; cadáveres incorruptos, merced a las maravillas de la “'resurrectina”', que al ser inyectada en un muerto reciente hace que represente el episodio mas importante de su vida; o el agua milagrosa en la que un gato electrizado pone voz a la calavera de Dantón. En su último libro, el desconcertante Nuevas Impresiones de África (1932), desarrolla toda una serie de enumeraciones asociativas y comparativas, a  través de una estructura de frases encajonadas entre paréntesis.

No es de extrañar que su exuberante universo onírico fascinara a los surrealistas ni que  sus experimentos lingüísticos despertaran el interés de Michel Foucault y de los autores del Oulipo, o que su minucia descriptiva inspirara las páginas de Alain Robbe-Grillet. Hasta el egocéntrico Dalí reconoce su rendida admiración, que le llevó a homenajearle en su película Impressions de la Haute Mongolia.

Roussel, admirador de Verne, aspiró a ser considerado como científico y en 1922 llegó a patentar una investigación relacionada con “el uso del vacío para evitar la pérdida de calor en los ámbitos de la vivienda y la locomoción". 

Pero es como inventor de mundos imaginarios y como creador de un procedimiento de “cibénetica literaria” como alcanzó sus verdaderos logros. En el pequeño ensayo póstumo, Cómo escribí algunos libros míos (1935) –publicado en España en 1973 con magnífica traducción de Pere Gimferrer– explica este singular método consistente en el hallazgo y desarrollo de frases inesperadas, homonimias, deformaciones y juegos de palabras, toda una compleja maquinaria combinatoria que genera hallazgos sorprendentes.

Dice César Aira, en un lúcido artículo de la revista Carta, que la clave del quehacer literario de Roussel es ante todo la “ocupación del tiempo”. Puede que el autor de Locus Solus fuera un hombre rico, neurótico y educado para la inutilidad, que acabó suicidándose en una habitación de hotel. Pero no cabe duda de que en su búsqueda lingüística y creadora dejó uno de los ejemplos más interesantes y productivos de literatura en estado puro. 

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